lunes, 29 de mayo de 2017

Vivre sa vie / A vivir su vida (1962)


Aquí volvemos con una película de Jean-Luc Godard, de hecho su segundo largometraje. Este director, muy importante en relación al desarrollo del arte cinematográfico gracias a su debut À bout de souffle en 1960, no es precisamente santo de mi devoción (sólo me agradan dos de sus películas), pero aquí encontraremos uno de sus esfuerzos más contenidos y emocionantes. La historia trata de la vida de Nana (Anna Karina), joven mujer que se abandona a su familia (marido e hijos) y se vuelca a la prostitución como forma de conseguir ingresos. La historia, muy trágica aunque emocionalmente austera, es contada en doce episodios separados por carteles que indican el título de los mismos. Aunque la película experimenta en lo formal, dada su ya mencionada estructura, peculiares bloqueos en el enfoque de la cámara, escenas con narración y mudas, cortes rápidos en sucesión, entre otros ejemplos, su influencia más obvia se encuentra en las antípodas de este método. Con esto me refiero a Carl Dreyer, cuya La Passion de Jeanne d'Arc (1928) es citada cuando la protagonista entra en una sala de cine.


Este es uno de los largometrajes de Godard donde el estilo no avasalla al contenido, sino que enfatiza el impacto emocional de lo que se cuenta. La película ve con simpatía al personaje principal, absteniéndose de juzgar sus decisiones, prefiriendo mostrar su día a día, con sus alegrías (pocas) y sus pesares. La referencia a Dreyer quizá implique una visión de Nana como posible mártir ante las fuerzas que la constriñen (financieras, patriarcales, etc.) pero también enfatiza su agencia, su capacidad para modificar su situación: "Creo que siempre somos responsables por nuestras acciones (...) A veces me olvido de que soy responsable, pero lo soy", observa Nana en una ocasión. Sin embargo, en el mismo monólogo, ella establece que "el escape es un sueño imposible (...) las cosas son como son". El final de la película (que no desvelaré) parece decantarse hacia una visión fatalista, aunque sin melodrama, y con mucha frialdad, a lo que contribuye lo súbito de su resolución.

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Si las escenas de alegría no abundan (memorable aquél baile en el salón de pool), sí lo hacen las discusiones entre personajes, siempre enfocadas desde un punto de vista, casi nunca con dos personas a la vez. Aquí el único elemento que no me convence es la charla entre Nana y un filósofo (Brice Parain) en un café hacia el final de la película, donde se tratan elementos como la naturaleza del amor o la palabra hablada (ésto último para dar pie a una escena posterior en el departamento de Nina, muda a excepción de un relato leído de Edgar Allan Poe). Por lo demás, la cinta posee un ritmo estable y buenas interpretaciones, aunque su principal foco sea en Nana, sobre todo su bello rostro y sus actividades. La música de Michel Legrand es usada esporádicamente, pero transmite una sensación de desasosiego y reflexión. Además se utiliza música incidental, como una canción de Jean Ferrat poco antes de que Nina conozca a su futuro proxeneta. 

                           
En fin, tal vez no se trate de un trabajo tan innovador como su predecesora (e incluso ésta hasta cierto punto), pero sí es un ejemplo de que Godard era plenamente capaz de utilizar técnicas inusuales al servicio de una historia simple e impactante, con un personaje principal femenino convincente y no tan dependiente de alusiones a la cultura popular y al cine (aunque las hay). Más allá de sus decisiones narrativas y estéticas poco convencionales, en el fondo se trata de una historia simple de una mujer en el mundo, con una vida y forma de vivirla.